Carlos Montes:
El ‘currante’ de la eterna sonrisa
Carlos Montes
no fue una estrella, pero hay varios datos suyos que dan miedo: jugó
las primeras 18 ligas ACB, desde la 83-84 a la 2001-02 (casi nada, eh) y
es el octavo jugador que más partidos ha disputado en ella. Fue un
jugador honestísimo, fiel (solamente cinco equipos en una carrera tan
larga) y que siempre cayó bien allá donde estuvo. Había varias
explicaciones para ello: peleaba por todos los balones en la pista y
siempre tenía una sonrisa fuera de ella.
Estamos ante uno de los grandes especialistas defensivos de la
competición (dos veces máximo ‘ladrón’ de balones), un jugador en cierto
modo adelantado a su tiempo en el plano físico. Baste decir que fue
tercero en el primer concurso de mates, aquel de Don Benito en 1985,
tras David Russell y Wayne Robinson. Era por entonces uno de los ídolos
de la Demencia, que le apodó ‘Saltamontes’.
“No soy muy de mirar hacia atrás. Siempre hay que hacerlo hacia
adelante”, me asegura. Ahora entrena a un Primera madrileño, el Joyfe,
cuyas categorías inferiores también dirige. “Eso me quita un poco el
gusanillo del baloncesto”, confiesa. Anteriormente, fue director
deportivo del Estudiantes durante dos años. Además, da charlas
motivacionales en el mundo de la empresa.
No será de mirar atrás, pero confiesa que “en las cenas de mi equipo
siempre acaban saliendo cosas”. “Era un baloncesto diferente. No
entiendo cómo se quejan algunos de mis jugadores. Las condiciones en
Primera son mejores que las de la ACB en la que yo empecé”, agrega.
¿Por qué caía tan bien? “Me gustaba mucho el baloncesto, me
involucraba mucho en el proyecto de cada club en el que estaba. La gente
necesita sentir eso cuando ve a un jugador, percibir que se parte el
alma aunque no sea de la misma ciudad. Ahora es más difícil porque hay
muchos cambios en las plantillas y cada uno va a lo suyo”, responde,
presumiendo de que “de todos los clubs, menos de Cáceres, me fui porque
quise, porque quería encontrar nuevos retos. Me dolió mucho, pero tenía
que hacerlo. Nunca me he movido por dinero”.
En todos los sitios fue importante, menos en la última temporada como
profesional en Valladolid: en el Estudiantes que emigró de Magariños,
en el Caja San Fernando buscaba hacerse un hueco en Sevilla, en el
Granada, en el Cáceres… “En todos los sitios estuve muy a gusto. Y eso
que llegué a la ACB sin proponérmelo. En aquella época el baloncesto te
daba para comprarte un cochecito y para salir con tus amigos algún fin
de semana. Lo que no se debe hacer es dejar de estudiar, aunque ahora
veo que es complicado porque desde muy pequeños los jugadores tienen
planificadas sus carreras”, añade.
Sobre su imperturbable exuberancia física, revela que “el cuerpo de
uno es su herramienta de trabajo y tiene que cuidarla. Entrenaba en
verano, algo que por entonces no se hacía mucho, para llegar por debajo
de mi peso en las pretemporadas y que me costase menos. Todo era
adaptarse y me especialicé en defender porque casi siempre había grandes
jugadores ofensivos en los equipos por los que pasé”.
En ese ‘top 25’ de partidos jugados es prácticamente el único
jugador, creo que junto a Pedro Rodríguez, que no llegó a la
internacionalidad absoluta. Pero eso no es un dato negativo sobre él:
revela que, pese a no ser una figura, se mantuvo como un fijo en la liga
de los mejores. “Quizás sí me puede quedar un poco esa asignatura
pendiente, pero la selección era, en mi mejor momento, un coto cerrado. Y
realmente nunca estuve en uno de los ‘grandes’, que es lo que te
permite llamar más la atención. Sí jugué una Universiada con la
selección de promesas (bronce en 1987)”, considera.
Dejamos a Montes tras media hora de charla de unas cosas y otras,
siempre muy fluida. Es, además de un currante y un tipo de eterna
sonrisa, un gran conversador. Al final va a ser mentira eso de que no es
muy aficionado a mirar hacia atrás…
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